De
repente, la puerta del aula A de COU se abrió por sorpresa. Y un nuevo
profesor, con los ojos fuera de las órbitas, permaneció de pie junto a
ella,mirando a los alumnos a la cara. Se trataba de un especialista en
matemáticas, que se encontraba haciendo guardia y acudía a supervisar aquellas
clases que, por alguna u otra circunstancia, no podían disponer de su profesor
de turno. Su tupido mostacho le otorgaba un especial aire académico. Enseguida interpeló
al grupo, que disfrutaba en ese momento de su "hora libre":
-"¿Sabéis
lo que yo habría hecho si me topo con
el que asesinó ayer a las niñas de Alcácer? ¡Denunciarlo de inmediato! Hacedme
caso: nunca seáis cómplices siquiera por omisión. Una sociedad madura es
aquella que no permanece indiferente ante estas atrocidades".
Apenas
intercambió más palabras con nosotros y el docente, lleno de dignidad, se
marchó con su disgusto a cuestas para continuar con su particular ronda por los
oscurísimos pasillos interiores del centro.
Paradógicamente,
el ambiente en el día a día era el opuesto a la opacidad que mostraban algunas
aulas. En el Instituto Álvarez Cubero
se respiraba un aire de nuevos tiempos, de modernidad. Para el Chico de Ayer y
sus coetáneos, aquello era lo más parecido al París previo a la revolución
industrial: no sólo se acumulaban nuevos conocimientos técnicos, sino que se
compartían atractivas vivencias y experiencias que se escapaban a la
disciplinada metodología conocida hasta entonces. Y eso, para adolescentes
venidos de colegios más o menos cerrados,
constituía un preciadísimo tesoro.